Cuando leí esta frase me quedé pensando bastante
acerca de todo lo que representa en la vida de las mujeres el hacer
dieta y acá quiero marcar la diferencia con lo que es un plan de
alimentación saludable.
Quiero referirme a la dieta como placebo y
tortura de lo femenino. Antes o después muchas mujeres de esta tierra
pasan por el proceso de experimentar una dieta, estructurada hasta el
límite, excedida en prohibiciones, limitada hasta en lo saludable que
paradójicamente vuelve a las mujeres más fuertes, seguras de sí mismas,
alteradas hasta el hartazgo, hambrientas patológicas, bellas exultantes y
vacías del estómago hasta la mente, porque luego de que cualquier ropa
entra y el espejo devuelve la imagen pretendida, el alimento se vuelve
una desesperada necesidad, más si está prohibido. 

Más que un proceso de aprendizaje, la dieta se
transforma en una especie de martirio que expía culpas, que te mantiene a
raya dentro de las estructuras estereotipadas de la belleza social, es
parte del mandato que impone una cultura frívola en donde el cuerpo es
rey o mendigo de acuerdo a sus proporciones.
La dieta se vuelve un fetiche, se vive a dieta,
las mujeres un día miran hacia su pasado y el amante fiel ha sido el
contador de calorías, el cerrar la boca y sentir hambre se les ha vuelto
una constante y la insatisfacción es tan grande que la comida se odia
porque contiene todo lo que se quiere, pero no se puede tener, el costo
es grande, cuerpos normales o gordos y por supuesto las mujeres de los
últimos siglos detestan eso.
Así viven, sueñan y sienten en clave de hambre
constante, con los años se desprenden de relaciones perniciosas, de
hombres que maltratan, de trabajos que saturan, incluso dan los hijos al
mundo para guerras y caminos personales, pero hay algo en lo que no
trascienden, en lo que creen fielmente y es en el no comer, rinden culto
a las dietas mágicas, son capaces de morir en quirófanos por lonjas de
carne que les sobran según su mirada, prefieren el autismo de pastillas
paralizantes de neuronas a verse “normales” o con unos “kilos de más”.
Se apropian del discurso que las lindas son las flacas y decir fea, en
estado de dieta, se pronuncia “gorda”.
Odian ser gordas como la peor calamidad que les
puede suceder, algunas llegan al extremo de no comer o vomitar todo, de
vez en cuando se desesperan, se atragantan, se comen la vida y luego la
escupen por el inodoro. Suponen que la salvación está en no desear, en
no querer los alimentos, en moverse constantemente y en reprimir el
deseo primario de todo humano que es comer…
Y así transitan el existir, sedadas por la
banalidad de creer que un cuerpo exento de aliento, energía, ganas,
lejano de kilos y atropellado de dietas, puede ser feliz…


